jueves, 4 de diciembre de 2008

Transporte público - Historias de autobus

Esta semana no he tenido coche, está en el taller, y eso me ha convertido en usuaria del transporte público. Pero meterme a mi en un autobús lleno de gente (tan vulnerable a las ocho menos cuarto de la mañana), es como soltar una bolsa de caramelos a la puerta de un colegio. NO he podido evitarlo, de pie, junto a la ventanilla he ido observando a los viajeros. He imaginado sus vidas. He escuchado (desde un punto de vista púramente científico, por supuesto) sus conversaciones, y he llegado a casa para escribir esto.

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La anciana: una señora que se confundió de autobús, aferrada a la barra con dedos doblados por la artrosis, y temerosa de preguntar. Se baja lejos de donde realmente quería ir, y se aleja renqueando por la calle, con el viento de cara, subiendo su bufanda hasta cubrir la nariz. El conductor, impasible, arranca y sólo veo su figura encorvada mirando a ambos lados para orientarse...

Los ¿niños?. Aunque supongo que se ofenderían si me oyesen llamarlos así. Un chico y una chica, de unos trece (a lo sumo catorce)años enfundados él en una cazadora demasiado grande y ella en una demasiado pequeña. Comparten asiento, en silencio y los observo, y aquí es cuando demuestro lo carca que soy. El, con el pelo parcialmente teñido de rojo, ella unas botas hasta la rodilla, ambos hablando de si pedir a una hermana de él que pegue a una "amiga" común que ya no fuma el cigarrillo con ellos a la salida del cole. ¡Del cole! Piercing, maquillaje... y entra una chica de unos dieciséis, y veo cómo la niña-demasiado-adulta la mira de arriba abajo. Observa su calzado (zapatillas), su bolso (una sencilla bandolera), el fardo de libros y apuntes y por fin su cara (con un peinado fucional y totalmente libre de maquillaje)... y detecto un deje de envidia, una mirada de añoranza, y entonces sube una niña de su clase, con una mochila de colores, gafas y vaqueros. Hace una mueca y vuelve a ser demasiado dura como para ser así. ¿Sabéis? me la imagino jugando en su habitación, acariciando un peluche... y escondiendo todo esto cuando entre su madre.

Más gente iba en el autobús, más historias. Quizá las cuente un día, quizá siga usando ese bus cuando vuelva a tener mi coche (soy ecologista al fin y al cabo y mezclarse con la plebe de vez en cuando no está mal). Entonces os contaré lo que vea, a quién vea, y lo que quiera ver en cada uno.




1 comentario:

Cargada de Libros dijo...

Me ha encantado leer la historia de la viejecita y de la niña pija. ¡Quiero más!