viernes, 15 de julio de 2011

Leo Caldas / Domingo Villar

La base de una buena novela son los personajes, y luego la historia. Al menos eso creo yo. Una buena historia no lo será si su protagonista es pobre (de espíritu, se entiende), o no tiene personalidad ni misterio. He visto buenas novelas arruinadas porque su personaje principal no caía bien, no encajaba... mientras que si encontramos un protagonista carismático, la novela fluirá porque su halo se une a los hechos narrados formando un todo que da gusto leer. Queremos más. Más personaje. Más historia.

Pero no soy catedrática y hay que ver las filípicas que suelto de manera gratuita, se nota que aquí no hay tijeretazo editorial. Toda esta paja de relleno viene para presentar al Inspector Leo Caldas, protagonista de las dos novelas policiacas escritas por el gallego Domingo Villar y publicadas en la editorial Siruela. Buscaba un libro diferente que regalar al Jefe por el día del padre, consulté a mi librero y me recomendó "Ojos de agua", novela policiaca escrita por un gallego y protagonizada por un gallego. Me sonreí y compré los dos que había escrito, incluyendo "La playa de los ahogados" en la cesta. Pero esto ocurrió en marzo. Temporalmente estoy en el paro (hasta el lunes concretamente) y cuando me puse al día de leer blogs y demás vi que en el CDL de CDL era la lectura propuesta para julio-agosto. Y me puse con ellos, ¡¡y con que fruición los he devorado!!



El primero de ellos, "Ojos de agua", comienza con el brutal asesinato de un saxofonista. Su muerte, macabra, fetichista, con la zona genital horriblemente mutilada hacen creer que es un crimen pasional, pero ¿de un soltero empedernido?. Leo Caldas, el patrullero de las ondas, el terror del crimen vigués se hace cargo de la investigación junto a su ayudante el inadaptado Rafael Estevez (más conocido a lo largo de la novela como "Rafa, no me jodas") y es que no puedes soltar a un maño en Galicia y esperar que comprenda que las respuestas concisas no están en su vocabulario. Este duo hará las delicias de cualquiera que haya estado en Galicia, conocido a un galleg@ o al menos sepa del caracter de estos hijos de celtas. La trama se desarrolla con velocidad; los capítulos, sin número ni nombre, comienzan con una definición que nos muestra la ambigüedad que se esconde detrás de la polisemia de las palabras castellanas. Y así caminamos conociendo a los personajes, desesperándonos con Estévez en busca de una respuesta y sintiendo la resingnación de Leo Caldas en su devenir.

En "La playa de los ahogados" ahondamos más en la vida del inspector, y eso le da cohesión. La historia es completamente independiente de la anterior, no es una condición sine qua none y a pesar de ello recomiendo leer ambos. Las pinceladas de la biografía de Caldas se unen hasta formar un cuadro que nos ayudará a entender su actitud. En este caso, un marinero aparece en la playa, con las manos atadas. Todo indica suicidio, pero la investigación no es concluyente. Meigas, aparecidos y brumas gallegas nos inquietan durante 400 páginas de intriga en las que, al igual que en la primera novela, el culpable no se nos mostrará hasta la última página. Y es que si hay algo que Domingo Villar ha sabido exprimir es el gris de Galicia. Los contornos difusos, las incertidumbres, las posibilidades. El ambiente perfecto para una magnífica y entretenidísima novela policiaca.

De lectura ágil, la novela te atrapa en las redes de un pequeño pesquero gallego hábilmente conducido por Leo Caldas y su incorregible grumete Rafael Estévez.

jueves, 14 de julio de 2011

Marlowe, by Chandler

Un día me levanté con un súbito deseo de realizar una inmersión en el mundo de la novela negra. Hasta ahora, los géneros que me habían ido atrapando en el tiempo habían sido los clásicos primero (El conde de Montecristo es mi libro de cabecera), luego la novela histórica, y cuando los templarios se convirtieron en monotema me di a la narrativa. El caso es que los caminos del Señor son inescrutables, y mis saltos en el entusiasmo literario también. Pedí ayuda, y me dieron algunos nombres, pero entonces alguien citó "El sueño eterno" y a mi cabeza vino Bogart, impertérrito, con el cigarro ladeado en la boca, y decidí que Chandler iba a ser mi cicerone.



Entré en varias librerías, y no hubo modo ni manera de encontrar la dichosa novelita. Entonces dejé de buscar, pensando en pedirla por internet, y la todopoderosa serendipia se me apareció: junto a un libro de Gerónimo Stilton que quería comprar vi un ejemplar solo, abandonado entre novelas de menos de 100 páginas: "Todo Marlowe", editado por RBA, una edición de tapa dura, un señor tocho de 1392 págs. de puro disfrute con una evocadora sobrecubierta. Hasta ahora he leído dos de los nueve títulos que se incluyen: "El sueño eterno" y "Adiós muñeca". El personaje principal es Philip Marlowe, un antiguo agente de policia a las órdenes del fiscal del distrito que ahora se gana la vida como detective privado de moral intachable (según su propia moral, claro). Cínico, solitario, agudo... uno de esos inolvidables tipos duros con clase (si Bogart hubiese sido un pelín más alto, sería exactamente él).

Cada página que leo hace que crea que merece más la pena cada centavo pagado por él. Chandler es un maestro, increíble y fluído. A veces casi puedo oler y sentir los entornos que rodean la acción. Además, la trama se enreda cada vez más y sabes que Marlowe se encamina hacia el desenlace, pero tú (o al menos yo) no eres capaz de llegar al mismo lugar que él, bueno, desde luego no con su convicción y rapidez. No importa lo que le encarguen investigar, el sabe lo que debe hacer y eso no siempre implica seguir las órdenes del patrón.

En fin, que me estoy alargando cuando lo único que quería decir en esta entrada es que, aunque esto no es un blog literario, si no uno serendipítico en el que de vez encuando se colarán reseñas de aquello que leo y disfruto u aborrezco (libros mediocres no entrarán en mi humilde balcón), creo que publicaré lo que cada una de las novelas de Chandler me ha parecido, y así me quedaré a gusto rindiendo homenaje a tan grande autor.

Sinictra dixit.

jueves, 7 de julio de 2011

Sobre el sentido y el contenido de la vida #1

Desde el 15 de julio de 2009 han ocurrido tantas cosas... y tantas malas... que escribir aquí no era lo propio. Pero hace exactamente 3 días cerré una etapa de mi vida, y el cambio merecía una nueva actitud y cambiar la lente con la que ver el mundo. Y eso he hecho, empezando por pasar un par de mañanas laborables en casa, simplemente marujeando y haciendo papeleo. El contenido de esas mañanas es lo que me ha hecho sentarme aquí delante y dejar que las ideas tomen cuerpo como palabras.

Cuando se queda uno sin trabajo, la vida parece que no tiene un sentido claro, una dirección, pero aunque no nos demos cuenta, sigue teniendo mucho contenido. ¿Y las mañanas? Yo he tenido la suerte de tener mis mañanas ocupadas desde que soy capaz de recordar. En el pueblo mi madre siempre tenía tareas para mi, de septiembre a junio iba religiosamente a clase, y en los meses verniegos hacía prácticas. Hace tres años y medio empecé a trabajar y mi desapego de las mañanas se acentuó, hasta el punto que este martes, sin trabajo y sin clases, he sentido la irrealidad de las mañanas...


Se que muchos que leeis esto os sentís identificados, yo he descubierto un mundo nuevo, extraño, tranquilo, fresco. Y es que, ¡hay que ver como refrescan las mañanas en este norte nuestro! Me he levantado, (a las 7 y media, que aún el cuerpo no se acostumbra al asueto) y me he puesto el desayuno. Mientras aprovechaba para limpiar las tempraneras horas, he comenzado a sentir los ruidos, las señales de lo desconocido. A las ocho y media, risas cristalinas, carreras y peleas... los niños madrugan, al igual que yo, aun por acostumbrarse a tener unas horas más de cama y remoloneo entre las sábanas. A las nueve, el despertador del 4ºC, a las diez, la aspiradora de la adorable anciana del 5ºB. Continuo mi tarea, pongo la lavadora y me siento frente al ordenador para agilizar trámites sin salir de casa, Y DE REPENTE, SIN PREVIO AVISO, SUENA EL TELEFONILLO. Me sobresalto, miro el reloj, la puerta, y finalmente reacciono y me acerco al interfono -¿si? - ¡El cartero!. ,Me avergüenzo de mi misma al ver el aceleramiento de mi corazón, ¡tan solo era el cartero! Mi fiel amigo, el que me trae las cartas y paquetes que me alegran el día, y al que hace años que no veo si no tras la ventanilla de la oficina.

Por fin decido vestirme y salir a hacer la compra, y en el súper me aguarda otro de los fenómenos mañaneros conocidos como el "chándaling". ¿Hay una norma no escrita que dice que toda mujer/hombre que no trabaje por la mañana deba llevar chándal y deportivas blancas? Ni vaqueros, ni faldas, ni sandalias. Chándal. Cuando conseguí dominar el impulso de ir a casa a cambiarme, hice la compra y fui a la oficina del INEM en mi bici (no dispongo de vehículo por una pequeña diferencia de opiniones con un Zetor, el decia que podia ir sin luces y tres vehiculos más opinamos lo contrario), pero eso es otra historia.

Volví a casa, y ya en el ascensor me inundó el aroma del puré en el 1º, de la berza en el 4º, y finalmente, el olor de pino del limpiador con el que había fregado el suelo antes de salir. Mientras preparaba la comida ejerciendo de amita de mi hogar, cociné esta entrada, que por extensa y densa, espero que no se os haya hecho pesada como el olor del repollo que aun persiste en mi nariz.