jueves, 7 de julio de 2011

Sobre el sentido y el contenido de la vida #1

Desde el 15 de julio de 2009 han ocurrido tantas cosas... y tantas malas... que escribir aquí no era lo propio. Pero hace exactamente 3 días cerré una etapa de mi vida, y el cambio merecía una nueva actitud y cambiar la lente con la que ver el mundo. Y eso he hecho, empezando por pasar un par de mañanas laborables en casa, simplemente marujeando y haciendo papeleo. El contenido de esas mañanas es lo que me ha hecho sentarme aquí delante y dejar que las ideas tomen cuerpo como palabras.

Cuando se queda uno sin trabajo, la vida parece que no tiene un sentido claro, una dirección, pero aunque no nos demos cuenta, sigue teniendo mucho contenido. ¿Y las mañanas? Yo he tenido la suerte de tener mis mañanas ocupadas desde que soy capaz de recordar. En el pueblo mi madre siempre tenía tareas para mi, de septiembre a junio iba religiosamente a clase, y en los meses verniegos hacía prácticas. Hace tres años y medio empecé a trabajar y mi desapego de las mañanas se acentuó, hasta el punto que este martes, sin trabajo y sin clases, he sentido la irrealidad de las mañanas...


Se que muchos que leeis esto os sentís identificados, yo he descubierto un mundo nuevo, extraño, tranquilo, fresco. Y es que, ¡hay que ver como refrescan las mañanas en este norte nuestro! Me he levantado, (a las 7 y media, que aún el cuerpo no se acostumbra al asueto) y me he puesto el desayuno. Mientras aprovechaba para limpiar las tempraneras horas, he comenzado a sentir los ruidos, las señales de lo desconocido. A las ocho y media, risas cristalinas, carreras y peleas... los niños madrugan, al igual que yo, aun por acostumbrarse a tener unas horas más de cama y remoloneo entre las sábanas. A las nueve, el despertador del 4ºC, a las diez, la aspiradora de la adorable anciana del 5ºB. Continuo mi tarea, pongo la lavadora y me siento frente al ordenador para agilizar trámites sin salir de casa, Y DE REPENTE, SIN PREVIO AVISO, SUENA EL TELEFONILLO. Me sobresalto, miro el reloj, la puerta, y finalmente reacciono y me acerco al interfono -¿si? - ¡El cartero!. ,Me avergüenzo de mi misma al ver el aceleramiento de mi corazón, ¡tan solo era el cartero! Mi fiel amigo, el que me trae las cartas y paquetes que me alegran el día, y al que hace años que no veo si no tras la ventanilla de la oficina.

Por fin decido vestirme y salir a hacer la compra, y en el súper me aguarda otro de los fenómenos mañaneros conocidos como el "chándaling". ¿Hay una norma no escrita que dice que toda mujer/hombre que no trabaje por la mañana deba llevar chándal y deportivas blancas? Ni vaqueros, ni faldas, ni sandalias. Chándal. Cuando conseguí dominar el impulso de ir a casa a cambiarme, hice la compra y fui a la oficina del INEM en mi bici (no dispongo de vehículo por una pequeña diferencia de opiniones con un Zetor, el decia que podia ir sin luces y tres vehiculos más opinamos lo contrario), pero eso es otra historia.

Volví a casa, y ya en el ascensor me inundó el aroma del puré en el 1º, de la berza en el 4º, y finalmente, el olor de pino del limpiador con el que había fregado el suelo antes de salir. Mientras preparaba la comida ejerciendo de amita de mi hogar, cociné esta entrada, que por extensa y densa, espero que no se os haya hecho pesada como el olor del repollo que aun persiste en mi nariz.

2 comentarios:

Cargada de Libros dijo...

Estoy segura de que esas mañanas se volverán a llenar de cosas por hacer. Disfrútalas mientras puedas :)

Un besote!

Marta Marne (Leer sin prisa) dijo...

Me ha encantado lo del chandal para hacer la compra, me siento igual cada mañana de sábado cuando bajo a la carnicería...